martes, 3 de noviembre de 2009

Historia novelada

Tengo el corazón hinchado, inflamado, llenito. Donde vaya se inflama y recuerda como amor de novela el escritorio del trabajo, la sonrisa de aquél desconocido, la traducción, el caminar por aquélla vereda fría, el desaire de aquél conocido extraño, todo, todo se convirtió en esta historia novelada.

Mafalda, es la tía de mi papá y de mi tía. La hermana de mi abuela Graciana que ya falleció. Mafalda vive en la calle Marcelo T. de Alvear y no te asustes si te lo cuento como un niño, así hablo yo o así soy yo, también. Si me vieras te darías cuenta. Después que falleció mi abuela, a Mafalda, no la vimos más. Pero luego de tres años, decidí visitarla. Estaba en una época de búsqueda interior: Había cumplido mis veinte años, ya no tenía más aquél novio rebelde, trabajaba, me había confesado y buscaba mucho a Dios. Finalmente la visité. Le llevé una plantita para regalarle vida y no recordaba, me dijo también unas masitas? No me acuerdo mucho de las cosas, soy muy de esas que como dicen “vive en las nubes” por eso la gente puede inventarme cosas, detalles pavos, como ese de la bandejita con masas y yo ni me acuerdo y le digo “si….” Y me quedo pensando y como soy lenta, ellos ya saltaron a otro tema y yo tengo que hacer un par de brazadas y lógico, la primera parte me la perdí. Bué, Mafalda bajó con sus ojos celestes, más que celestes, turquesas, mi color preferido. Y cuento estas cosas que a nadie le importan, pero como a vos sí, te las cuento. Le hacían juego con una de las líneas de su saquito escocés en azul Francia, mostaza, negro y claro, turquesa. Sí tengo mucha memoria, pero ¿Cómo? Recién dije que no. Bueno, mucha memoria para las cosas que me llaman la atención, para las imágenes visuales, sensitivas, sobre todo para las cosas lindas, selectiva, que le dicen. Volvamos al título. Rafa Trotz es un chico con el que hicimos una cita a ciegas. Sí, su hermana le dio mi número y él me pasó a buscar en el auto de su padre. Me dijo que le gustaba mucho leer, enumeró sólo un género: “historia novelada, … sí, historia novelada…” Cuando me lo dijo me quedé pensando, pensé que el término lo había inventado él porque yo lo conocía como “novela histórica” no sé si de los carteles que figuran en las bibliotecas de las librerías modernas o de alguna clase de literatura, porque antes estudié Letras, bella carrera, por cierto. La cuestión es que luego escuché ése término de nuevo y ahí me quedé tranquila. Fue como un suspiro interior, de esos profundos que se dan cuando uno se sienta en un asiento después de mucho tiempo. Bueno, esto puede ser una prueba para cerciorarnos de que cada persona es un don. En la próxima escena Mafalda me está enseñando unas fotos carné de mi abuela Graciana. Hay dos idénticas en las que tiene los labios pintados como en los años cincuenta: sólo en el centro sin abarcar los extremos. Y otra, sí la distinta, en la que tiene el cabello recogido y una blusa con frunces como se usaba en ese año, 2003, creo. Ésa elegí. Como las otras dos eran iguales pensé que una de ellas podía elegir mi hermana cuando fuera o no sé qué lógica utilicé en esa decisión repentina aunque calculada para que lleve la precisión necesaria. Ah, cuantas palabras… Y Mafalda me contó una anécdota. Siempre que me ve se acuerda de mi papá. Para mí lo adora, todavía le dice “Puchi” como le decían cuando era chico. Es que el sigue siendo como un chico, tiene esas picardías y manías de los chicos. Ella misma le puso ese apodo no bien lo conoció y desde ese momento fue como un sello que aún conserva. Me contó que cuando era jovencita y soltera y aún vivía en casa con su padre y su hermana ya estaba casada y había dado a luz a su primer hijo (o sea mi papá, Puchi) ella no podía ir a visitarlo. Parece que en aquélla época no estaba permitido a una mujer soltera ir a casa de matrimonio, no sé bien cómo era la historia, nunca la terminé de entender. Supongo por una diferencia generacional, cultural, de época. ¿Y qué hizo Mafalda? Se escapó. Estaban acostumbradas a hacer eso porque su padre, mi bisabuelo, no era muy permisivo. Entonces, con muchísimo temor fue hasta casa de Graciana, sin decir nada a nadie. Graciana, Mingo (mi abuelo) y Puchi vivían los tres juntos en una habitación. Mafalda se escapó y espió por la ventana. Y llena de emoción, llena de emoción, de nervios, (le temblarían las piernas, tal vez hasta tendría lágrimas en los ojos aunque seguro una sonrisa en sus labios) vio por primera vez a su sobrino “Puchi”. Me lo contó en un estado no muy diferente al que debe haber tenido en aquél entonces, como en secreto pero con su voz fuerte, inclinando el cuello como acercándose a mí, sonriendo y con los ojos brillantes que de a ratos miraban de reojo. Realmente, eso es amor para mí: que a pesar de que pasen los años, recuerde con tanta emoción aquél momento en que hizo toda una osadía para la época, es decir “jugarse”, diríamos ahora, por conocer a ese nuevo ser que ni siquiera la vería ni sabría que ella estaba allí que tampoco se lo podría agradecer ni tan siquiera darle algo a cambio pero a ella no le importaba todo eso, ella sólo se contentaba con verlo de lejos, ni con tocarlo, ni besarlo ni hablarle ni decirle “Puchi” por primera vez, sólo verlo de lejos.

Hace poco la volví a ver. Está más delgada pero sus ojos siguen del mismo color. Le dijo a mi prima y mi tía que la última vez aparecí con una plantita y una bandejita con masas. Ésta vez no llevé nada y llegué media hora más tarde. Me contó la misma anécdota, me dijo que estaba muy parecida a mi papá. Son esas visitas que revuelven el alma como cuando la polenta ya se hizo. Decidí escucharla y que nada más me importe que lo que ella me cuenta. Me di cuenta que la vida tiene el botón play y stop pero también tiene el pausa. Puedo decirte que avancé muchísimo e incursioné de todo y acá me quedo, ya me encontré y hasta que no llegue el momento del stop pienso seguir viviendo en play con ese mismo amor a lo pequeño que tuvo Mafalda aquél día en que no le importó lo que pensaran los demás en ese momento ni en el futuro. Sólo tuvo ese gesto heroico de escuchar su corazón y llenarlo hasta el día de hoy.

Ésa fue una anécdota. Así comienza ésta historia novelada.

Historia Novelada

Tengo el corazón hinchado, inflamado, llenito. Donde vaya se inflama y recuerda como amor de novela el escritorio del trabajo, la sonrisa de aquél desconocido, la traducción, el caminar por aquélla vereda fría, el desaire de aquél conocido extraño, todo, todo se convirtió en esta historia novelada.

Mafalda, es la tía de mi papá y de mi tía. La hermana de mi abuela Graciana que ya falleció. Mafalda vive en la calle Marcelo T. de Alvear y no te asustes si te lo cuento como un niño, así hablo yo o así soy yo, también. Si me vieras te darías cuenta. Después que falleció mi abuela, a Mafalda, no la vimos más. Pero luego de tres años, decidí visitarla. Estaba en una época de búsqueda interior: Había cumplido mis veinte años, ya no tenía más aquél novio rebelde, trabajaba, me había confesado y buscaba mucho a Dios. Finalmente la visité. Le llevé una plantita para regalarle vida y no recordaba, me dijo también unas masitas? No me acuerdo mucho de las cosas, soy muy de esas que como dicen “vive en las nubes” por eso la gente puede inventarme cosas, detalles pavos, como ese de la bandejita con masas y yo ni me acuerdo y le digo “si….” Y me quedo pensando y como soy lenta, ellos ya saltaron a otro tema y yo tengo que hacer un par de brazadas y lógico, la primera parte me la perdí. Bué, Mafalda bajó con sus ojos celestes, más que celestes, turquesas, mi color preferido. Y cuento estas cosas que a nadie le importan, pero como a vos sí, te las cuento. Le hacían juego con una de las líneas de su saquito escocés en azul Francia, mostaza, negro y claro, turquesa. Sí tengo mucha memoria, pero ¿Cómo? Recién dije que no. Bueno, mucha memoria para las cosas que me llaman la atención, para las imágenes visuales, sensitivas, sobre todo para las cosas lindas, selectiva, que le dicen. Volvamos al título. Rafa Trotz es un chico con el que hicimos una cita a ciegas. Sí, su hermana le dio mi número y él me pasó a buscar en el auto de su padre. Me dijo que le gustaba mucho leer, enumeró sólo un género: “historia novelada, … sí, historia novelada…” Cuando me lo dijo me quedé pensando, pensé que el término lo había inventado él porque yo lo conocía como “novela histórica” no sé si de los carteles que figuran en las bibliotecas de las librerías modernas o de alguna clase de literatura, porque antes estudié Letras, bella carrera, por cierto. La cuestión es que luego escuché ése término de nuevo y ahí me quedé tranquila. Fue como un suspiro interior, de esos profundos que se dan cuando uno se sienta en un asiento después de mucho tiempo. Bueno, esto puede ser una prueba para cerciorarnos de que cada persona es un don. En la próxima escena Mafalda me está enseñando unas fotos carné de mi abuela Graciana. Hay dos idénticas en las que tiene los labios pintados como en los años cincuenta: sólo en el centro sin abarcar los extremos. Y otra, sí la distinta, en la que tiene el cabello recogido y una blusa con frunces como se usaba en ese año, 2003, creo. Ésa elegí. Como las otras dos eran iguales pensé que una de ellas podía elegir mi hermana cuando fuera o no sé qué lógica utilicé en esa decisión repentina aunque calculada para que lleve la precisión necesaria. Ah, cuantas palabras… Y Mafalda me contó una anécdota. Siempre que me ve se acuerda de mi papá. Para mí lo adora, todavía le dice “Puchi” como le decían cuando era chico. Es que el sigue siendo como un chico, tiene esas picardías y manías de los chicos. Ella misma le puso ese apodo no bien lo conoció y desde ese momento fue como un sello que aún conserva. Me contó que cuando era jovencita y soltera y aún vivía en casa con su padre y su hermana ya estaba casada y había dado a luz a su primer hijo (o sea mi papá, Puchi) ella no podía ir a visitarlo. Parece que en aquélla época no estaba permitido a una mujer soltera ir a casa de matrimonio, no sé bien cómo era la historia, nunca la terminé de entender. Supongo por una diferencia generacional, cultural, de época. ¿Y qué hizo Mafalda? Se escapó. Estaban acostumbradas a hacer eso porque su padre, mi bisabuelo, no era muy permisivo. Entonces, con muchísimo temor fue hasta casa de Graciana, sin decir nada a nadie. Graciana, Mingo (mi abuelo) y Puchi vivían los tres juntos en una habitación. Mafalda se escapó y espió por la ventana. Y llena de emoción, llena de emoción, de nervios, (le temblarían las piernas, tal vez hasta tendría lágrimas en los ojos aunque seguro una sonrisa en sus labios) vio por primera vez a su sobrino “Puchi”. Me lo contó en un estado no muy diferente al que debe haber tenido en aquél entonces, como en secreto pero con su voz fuerte, inclinando el cuello como acercándose a mí, sonriendo y con los ojos brillantes que de a ratos miraban de reojo. Realmente, eso es amor para mí: que a pesar de que pasen los años, recuerde con tanta emoción aquél momento en que hizo toda una osadía para la época, es decir “jugarse”, diríamos ahora, por conocer a ese nuevo ser que ni siquiera la vería ni sabría que ella estaba allí que tampoco se lo podría agradecer ni tan siquiera darle algo a cambio pero a ella no le importaba todo eso, ella sólo se contentaba con verlo de lejos, ni con tocarlo, ni besarlo ni hablarle ni decirle “Puchi” por primera vez, sólo verlo de lejos.

Hace poco la volví a ver. Está más delgada pero sus ojos siguen del mismo color. Le dijo a mi prima y mi tía que la última vez aparecí con una plantita y una bandejita con masas. Ésta vez no llevé nada y llegué media hora más tarde. Me contó la misma anécdota, me dijo que estaba muy parecida a mi papá. Son esas visitas que revuelven el alma como cuando la polenta ya se hizo. Decidí escucharla y que nada más me importe que lo que ella me cuenta. Me di cuenta que la vida tiene el botón play y stop pero también tiene el pausa. Puedo decirte que avancé muchísimo e incursioné de todo y acá me quedo, ya me encontré y hasta que no llegue el momento del stop pienso seguir viviendo en play con ese mismo amor a lo pequeño que tuvo Mafalda aquél día en que no le importó lo que pensaran los demás en ese momento ni en el futuro. Sólo tuvo ese gesto heroico de escuchar su corazón y llenarlo hasta el día de hoy.

Ésa fue una anécdota. Así comienza ésta historia novelada.