viernes, 6 de noviembre de 2009

No hay casualidad sino camino

No hay casualidad sino camino

Un congreso de educación física en Pilar. Sonaba tentador. A Rocío le había llegado el mail de invitación para asistir. Primero consultó a un grupo de colegas pero no podían ir. Luego a otros pero tampoco porque asistirán al de Córdoba. Córdoba sonaba mejor pero viajar a Pilar y volver en el día era más sencillo. El tema es que Rocío no quería ir sola. Ninguno de sus conocidos podía asistir y a pesar de tener muchísimas ganas de participar del evento tuvo que contestar el e-mail: “Disculpame, Benjamín pero no voy a poder asistir ya que la mayoría de mis amigos viajan al congreso de Córdoba. Cariños”

Benjamín era uno de los organizadores que le enviaba las comunicaciones y los modos de contratar la combi para el traslado. A los pocos días, Benjamín respondió el mensaje. Le dijo “Venite igual”. Le dijo que muchos iban por su cuenta y luego allá se contactaban con los organizadores y disfrutaban del evento. Que vaya porque iba a ser el único congreso de este tipo en el año. Ella le respondió que haría lo posible pero en su interior estaba resignada. El congreso era el sábado por la mañana. El viernes, en su casa, mientras tipeaba en la computadora le sonó el celular. Era Mariana, una ex compañera de la residencia que no veía hace meses. La llamaba para preguntarle si quería asistir con ella al congreso, que ella iría con dos amigas más. Rocío saltó de alegría en su silla. No podía creerlo. Ya estaba resignada y de repente le cayó del cielo ese llamado. Por supuesto aceptó y quedaron en encontrarse en el punto indicado desde donde saldrían las combis. Cualquier cosa, se hablarían.

Rocío llegó apurada a su casa. Abrió la PC y respondió al último mail de Benjamín, que no había borrado con la esperanza de poder hacer lo que estaba haciendo en ese preciso momento. Le pidió que por favor le reservara un lugar en la combi y una entrada al congreso. Le pidió disculpas por la demora pero sus amigas recién ahora le habían confirmado.

Benjamín le respondió en seguida. Le dijo que no se preocupara y que se quedara tranquila porque había lugar en la combi y también entradas.

Rocío llegó puntual a la plaza Vicente López. Imaginaba encontrarse con una multitud de colegas jóvenes hablando por celular y bordeando un grupo de por lo menos ocho combis. Llegó a la esquina de Juncal y Montevideo y no había nadie. Nadie. Avanzó unos pasos y descubrió un muchacho a quién le preguntó si iba al congreso. Le dijo que no, pero que dónde era porque él estaba esperando a un amigo y podían llegar a ir. Ella le respondió que tendría que haber hecho las reservas y retrocediendo se alejó. Siguió caminando y vio dos combis, se acercó a los choferes y les preguntó si ellos iban al congreso de Pilar. Le respondieron que sí y la invitaron a subir así esperaba sentada. De repente escuchó que saludaban a Benjamín. Ella se lo imaginaba como todos los profesores de educación física que había conocido de una forma similar: grandote, musculoso, con zapatillas y voz ronca. Benjamín resultó ser hermoso. Rubio de ojos verdes, parecido a un actor que a ella le gustaba; encima con camisa celeste de Tomy. Se presentaron y sonrisas de por medio, comenzaron a charlar. Además, resultó ser simpático. Enseguida le presentó a sus amistades con los que Rocío comenzó a charlar. Al poco tiempo, llegaron sus amigas. Se subieron a la combi que les indicaron y emprendieron el viaje. Durante el congreso, Rocío no le dio mucha bolilla. De todos modos, Benjamín estaba trabajando en al organización del evento y cada vez que ella lo miraba de reojo el estaba ocupado. Por lo general, hablando con alguna mujer. Era tan hermoso que todas lo seguían. Él era simpático con todas pero parecía no comprometerse con ninguna. El congreso estuvo fenomenal pero ella no pudo acercarse a Benjamín. Él tampoco lo hizo, pero a Rocío le pareció que él también se sentía atraído por ella, por las actitudes, las miradas. Aunque ninguno de los dos haya hecho nada concreto. Y así transcurrió el evento. Al final Rocío lo vio siempre con la misma mujer. Rocío sospechó podía ser su novia aunque nada pareció indicarlo. Regresaron en combis separadas, al igual que a la ida. Al llegar a su casa se sintió muy enamorada y a pesar de que en el congreso no había podido hablar con él, aprovechó cada una de las ponencias libres y simposios a los que asistió. Tenía su certificado, que fotocopiaría para el próximo concurso así que estaba conforme con lo logrado. Pensó en mandarle un mail de agradecimiento por la organización bien realizada y lo hizo. Él le respondió con entusiasmo y le prometió que la invitaría también al próximo. Ella lo agregó al Messenger para seguir en contacto. Benja la aceptó. A los pocos días chatearon. Por supuesto por iniciativa de Ro. Benjamín no parecía tan entusiasmado con el contacto con ella. Hablando se dieron cuenta que ambos viajarían a Mar del Plata en el fin de semana largo. Él era de allá pero residía en Buenos Aires, donde trabajaba. Los dos asistirían al seminario de especialización del Instituto Superior del Profesorado de Educ. Física "Club Atletico de Quilmes". Se intercambiaron los celulares para encontrarse allá. Además, a los dos les gustaba mucho ir a bailar a Sobremonte y tomar algo en Alem. Como el primer día llovía a cántaros, ella no lo llamó y el pensó lo mismo y por el mismo motivo tampoco la llamó. El domingo, es decir el segundo día, ella le mandó un mensaje de texto al que respondió. Arreglaron la salida para la noche. Se encontrarían el domingo a la noche en Alem a tomar algo y luego irían con él y sus amigos a bailar a Sobremonte. Benjamín se había puesto una chomba verde agua que le hacía juego con los ojos. Al verlo, quedó deslumbrada. Él también quedó deslumbrado; pensó que nunca había visto una mujer más hermosa y que “con esta yo me caso”. En Alem, se sentaron en un bar para hacer “la previa”. Ella tomó Caipirinha, su bebida preferida y él, Fernet, también su predilecta ya que había vivido unos años en Córdoba. De ahí se tomaron un taxi y fueron todos juntos a Sobremonte. En el boliche, primero pasaron música dance y luego disco. Ellos comenzaron a bailar juntos, uno frente al otro y no se soltaron las manos en toda la noche. En un momento él le pidió que la acompañara a la barra a comprar un trago, a dónde fueron también de la mano. Mientras el barman sacudía la coctelera llena de Vodka, azúcar y frutas, él se animó a decirle: “Realmente, Rocío, me parecés hermosa y no quisiera que esta noche quede en la nada. Ella pensó que esa declaración podía ser producto de los efectos del alcohol pero tampoco quería negarse demasiado ya que consideraba que tenía que aprovechar la oportunidad. A lo que respondió “Benjamín, yo…” Él no quiso escuchar como seguía la frase ya que por lo poco que la conocía a Rocío se imaginaba que iba a ser algo complicado. Entonces, se le acercó y le dio un beso. Un beso que ella nunca olvidaría. Un beso que marcó el comienzo de una gran historia de amor.

Terminemoslo

TERMINEMOSLO

En mi colegio secundario, cuando estabas en tercer año tenías que elegir qué orientación querías seguir. Yo elegí “Letras”: tenía un enfoque más humanístico y menos carga horaria de matemática. No tenía ni Físisca, ni Química, ni Contabiliadad. Mis dos mejores amigas eligieron cada una, una orientación distinta. Priorizamos los intereses y el futuro antes que la amistad. Lo cual me parecía bien. No era partidaria de seguir una carrera para estar con mis amigas. Yo estaba decidida en que en la universidad quería estudiar Letras. No tenía mucha idea de qué se trataba pero como me gustaba mucho lengua, literatura, leer, escribir y toda la rama humanística era mi fuerte, tenía esa carrera en mente. Con el tiempo me di cuenta que no era mi carrera o que tal vez si me hubiera agarrado “mejor plantada” la podría haber hecho mejor, con más dedicación y constancia y hubiera llegado más lejos con más confianza y seguridad.

Empecé cuarto año en una nueva división cuarto Cuarta: Letras. La división de los vagos para ser más sincera. Sí, todos los que no sabían que elegir pero que sabían que no querían tener matemáticas se anotaban en Letras. Todos los peores alumnos, es decir los que tenían más problemas de conducta, estaban ahí. Hasta un alumno nuevo que venía de otro colegio. La primera vez que lo ví no me llamó la atención. Al contrario me pareció poco atractivo que siempre usara el mismo equipo deportivo, que fuera tan alto y que se sentara en el rincón con las gordas y no hablara mucho. Después se empezó a juntar con los otros chicos y a portarse mal, también, a ser vago. Se formó un grupo de chicos y chicas muy bueno. Yo también me incluí.. Empezamos a hacer salidas. No me perdía ni una porque me gustaba Ernesto. Me encantaba. Luego me enteré que Ernesto gustaba de una de mis nuevas amigas, Estella. Pasaron unos meses, sufrí y lloré. Porque siempre tenía la ilusión que cambiaría el objetivo y gustara de mí. Pero no fue así. Luego de un tiempo me enteré que Cachito gustaba de mí. A mí no me gustaba Cachito. Era el más revoltoso del grupo. Se la pasaba haciendo bromas de toda la clase. Molestaba a las profesoras, les hacía chistes. Con algunas de ellas se llevaba bien. Yo era el antítesis de él. Siempre tan aplicada, con la tarea hecha, todo estudiado, sabía lo que había que hacer para el otro día. Si me costaba alguna materia iba a profesor particular. La verdad es que Cachito sólo me parecía un buen chico para tener como amigo, un buen compañero, alguien con quien reírme mucho y pasarla bien. Vinieron las vacaciones de invierno y esa noticia pasó. Quedó todo en la nada. Como son las cosas a esa edad, volubles; que se disuelven en el tiempo y el espacio. Que se diseminan y se amalgaman y al otro día todo está bien y nada pasó.

En octubre hubo un cumpleaños de una chica de otra división al que mi mamá no me dejó ir porque era muy tarde. Todos estábamos invitados. Todos los de todas las divisiones. Yo no fui y al lunes siguiente me enteré de algo que me desconcertó. Una amiga de mi curso me dijo que Segundo, aquel chico nuevo con equipo de gimnasia había preguntado por mí. Que había preguntado varias veces por mí. Qué por qué no había ido y demás. Otros dijeron que estaba borracho. Cuando le conté a mis mejores amigas me dijeron “Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad”. La verdad es que antes de eso yo no le prestaba mucha atención, pero una vez que me enteré que había preguntado por mí lo empecé a mirar con otros ojos. Y le dije a mi amiga que me gustaba él y “que me hiciera gancho”. Finalmente no sé cómo se enteraron todos los varones, hasta los de otras divisiones. Entonces, se lo hice desmentir.

Luego de un mes se lo conté a un amigo varón y me dijo que me iba a hacer gancho. Una mañana, en el patio, le preguntó si tenía novia; si le gustaba alguien. A estas preguntas obtuvo todas negativas. Después le preguntó qué le parecía fulanita para ver qué decía. Dijo que para él era una compañera y nada más. Le preguntó por mí y dijo que yo le parecía linda, que era su amiga. Ahí quedó todo. Después de algunas aproximaciones tímidas y amistosas que no pasaron más de eso, terminaron las clases y todo en la nada quedó. Hubo una fiesta de egresados de los quintos años. Fui con mis amigas. En la puerta, nos encontramos con mis compañeros y con Segundo! Mi corazón latía cada vez más rápido. Yo estaba muy enamorada de él. Era el más lindo de mi curso. Todas mis amigas gustaban de él y se preguntaban cómo serían sus besos con esos labios gruesos. El problema es que ellos no tenían entradas entonces no sabían si los iban a dejar ingresar. Nosotras entramos sin saber qué pasaría. Si Segundo llegaba a entrar era muy probable que algo pase porque él ya sabía que yo estaba más que interesada en él. De repente estábamos bailando y los ví caminar a lo lejos. Mi corazón volvió a retumbar dentro de mi pecho. Tenía mucha emoción. Era la primera vez que lo veía vestido con jeans. La camperita deportiva era la misma, no se la había cambiado. Estaba muy lindo. Altísimo, hermoso. Se pusieron a bailar al lado nuestro. Bailábamos todos en grupo. Yo me lucí con los pasitos que había practicado durante la semana en casa frente al espejo. Pasaron una canción con la que unas amigas nos cargaban a él a y a mí: “Todos a bailar el baile del pimpollo, el baile del pimpollo!”. Después unos chicos sacaron a bailar a mis amigas y ellas se separaron del grupo. Todos le hacían caras para que me saque a bailar. Él estaba muy tímido. Yo también. Pero era tanto lo que me gustaba él que me había vuelto valiente. Quería bailar con él y que me diera un beso. Finalmente me sacó a bailar. Bailamos un montón de cumbias. Todas iguales, bastante duritos, haciendo siempre el mismo paso. Tal es así que uno de los chicos de tercer año que le insistía para que pasara algo le dijo al oído que íbamos a hacer un agujero en el piso si seguíamos así. Al final paró de bailar, me tomó de las manos bajó la cabeza hasta mi oído y me dijo “Lucía, me volvés loco, a vos te pasa algo conmigo? Apenas atiné a responderle un sí finito me encajó un beso precioso. El segundo beso que yo le daba a un chico en mi vida. No sé qué número sería el de él. Al final pude develar la intriga que teníamos con mis amigas ya que besaba muy bien. Era muy dulce y yo sentía que tocaba el cielo con las manos. El me gustaba hacía mucho tiempo y era la primera vez que “se me daba” con alguien que me gustaba desde antes. Luego nos sentamos en el boliche y hablamos de cómo se habían dado las cosas. Que a él le daba miedo hablarme porque pensaba que mi amigo le había mentido, que “lo había mandado al muere”. Nos dimos más besos. A todo esto estaba Cachito que oficiaba de amigo de él y de compañero mío y también de alguien que una vez había gustado de mí pero que ya no. Nos despedimos en la puerta del boliche, Segundo me dio varios besos que ninguno de los dos queríamos terminar. Volví a mi casa a dormir con mis amigas. Acostadas en los colchones sobre el piso casi no dormimos recordando aquella hermosa noche. Y sí, les dije que los besos de Segundo eran maravillosos.

Después de ese día, el lunes nos encontramos en el colegio. Yo no sabía como saludarlo. Me daba mucha vergüenza saludarlo delante de todos nuestros amigos. El estaba dormido sobre un banco porque había ido a otra fiesta. Al lado estaban nuestros amigos y lo cargaban porque se sentía mal porque había tomado mucho en esa fiesta de egresados que había ido. Yo le acariciaba la mano y el pelo. No podía no hacerlo, era más fuerte que yo, era lo que me salía. Lo quería mucho. Le había tomado mucho cariño y ahora que había conseguido mi triunfo no lo quería desaprovechar tan fácilmente. A la salida de la escuela fuimos todos al parque a tomar algo y reunirnos como siempre solíamos hacer. Todos se fueron yendo de a poco y nos quedamos nosotros dos solos. Empezamos hablar de la fiesta a la que él había ido. Me contó que se había caído de la bicicleta del primo y que se había golpeado el codo, yo se lo acaricié. El arrimó la cara y me dio besos y otro más y otro más. Teníamos que irnos cada uno a su casa para almorzar. Nos despedimos en la esquina frente al parque donde no podíamos despegarnos. No queríamos, tampoco. Los besos de él me transportaban a otro planeta. Estaba hecha una boba enamorada. El tampoco quería despegarse. Pasó un camión y de adentro nos gritaron de todo, alguna guasada no recuerdo cuál, por suerte. Finalmente el me dijo que me acompañaba unas cuadras. En ese trayecto frenamos varias veces para besarnos. Sus besos eran irresistibles. No era una situación habitual estar con el chico del que estaba tan enamorada. Tenía que aprovechar. Me acompañó hasta la esquina de Ambrosetti y Aranguren. De ahí se iría caminado hasta su casa que era en Villa Luro Todo derecho por Aranguren, serían unas treinta cuadras. Él había optado por esa opción y yo se la respetaba con tal de tenerlo conmigo unos minutos más. Para mí haber caminado esas cuadras con él había sido un sueño hecho realidad. Para mí él era el más lindo de la escuela. Aquel que tanto me gustaba, del que todas gustaban. Aquel con quien me había costado tanto estar. Por todo eso lo valoraba el doble.

Fui a mi casa, llegué tardísimo a almorzar. Mi hermana me dijo de todo porque no sabía dónde estaba y yo me había llevado algo de ropa de ella, el walkman y no sé qué más. Le conté todo, se puso contenta. Pero nadie más que mi corazón y yo podíamos percibir y sentir la felicidad que experimentaba en es momento. Estudiar no me molestaba, preparar las materias para diciembre, tampoco. Mientras estudiaba pensaba en él y anotaba en mi escritorio con palitos la cantidad de besos que nos habíamos dado. Porque a esa edad todo es en números. Todo se contabiliza.

Nos vimos otras veces en la escuela. Cuando lo veía, enseguida lo abrazaba; le daba un abrazo más que cariñoso que se fundía en un beso hermosísimo por parte de él. Por supuesto que él no demostraba el mismo entusiasmo que yo porque yo soy mujer y se me notaba más que estaba enamorada pero sí me demostraba su cariño y parecía ser una persona afectuosa. También nos vimos en cumpleaños y fiestas a las que nos invitaban a todos y nosotros siempre estábamos a un costado acaramelados y de vez en cuando nos integrábamos a las conversaciones. En muchas de esas reuniones estaba Cachito a quien Segundo una vez le dijo que no lo molestara, que no interrumpiera y me siguió dando besos. Yo me sentía una reina entregada al amor. No podía creer lo que estaba viviendo. Aparentemente Chachito ya no sentía nada por mí sino que gustaba de otra chica de nuestra división, una que era dark, se vestía toda de negro y escuchaba The Cure. Una noche fuimos a la casa de Cachito mis amigos, Segundo y yo. Y Segundo burlándose de Cachito le dijo que él era un perdedor porque al final no se había quedado conmigo. Yo me sentí mal por Cachito pero bueno, los chicos a esa edad son crueles.

Luego la relación se interrumpió por unos días porque Segundo me dejó de llamar y no nos vimos. Yo pensé que ya todo había terminado. Finalmente apareció en el cumpleaños que Cachito festejó en su casa. Ahí luego de un planteo y larga charla, nos reconciliamos. Era la última noche que nos veíamos. Al otro día los dos partiríamos de vacaciones. Yo iría a Brasil y él con toda su familia a Mar de Ajó. Pasaríamos un mes sin vernos. Para mí sería difícil pensar que él no estaría con ninguna otra chica por un mes.

Ese mes lo recordé cada día y siempre pensaba que estaría haciendo. Le escribí poemas y anotaba en mi diario cuánto lo quería. Lo recordé en Tandil y en Brasil. Esperé con ansias el día que él llegaría de la costa.

Ese día fui a un teléfono público con muchas monedas, muchas más de veinticinco y lo llamé. Me atendió el papá y me pasó con Segundo. Le dije si nos podíamos ver. Me dijo que no podía porque tenía profesora particular y al otro día también y que no lo dejaban salir. Yo le hice algún tipo de reclamo del tipo “no nos vimos por un mes” y que yo lo había extrañado. El me dijo “No nos vimos por un mes. Yo me di cuenta que para mí ya está”.

A mi se me rompió el corazón pero por otro lado era algo que suponía podía llegar a pasar. Yo me había inventado una novela muy difícil de sostener a lo largo del tiempo y que no se correspondía con los hechos sino con mis deseos. Deseos de una niña adolescente. Al otro día me iba de vacaciones con mis amigas a Córdoba. Las chicas me presentaban candidatos pero yo no hacía más que llorar por él. Yo lo quería a él. Pero él no estaba allí. Cuando volví de las vacaciones me preocupaba el hecho de volver a la escuela y verlo. Me preocupaba como tenía que reaccionar. Cómo tenía que saludarlo. Cómo iba a reaccionar él. Si me saludaría, si iba a hacer como si nada.

Llegó la fecha en la que debíamos anotarnos en quinto año en la escuela. Yo iba con mis amigas y antes de cruzar la calle una de ellas me dijo “¿Ese no es Guido?”. Miré bien y me di cuenta que no sólo era Guido sino que estaba besando una chica en la puerta de la escuela. Fue como un puñal en medio de mi pecho. Respiré hondo y crucé la calle. Tuve que pasar por al lado de esa escena nefasta. Luego de inscribirnos fui a mi casa, me senté en el sillón y lloré muchísimo mientras le preguntaba a Dios por qué me había hecho eso, por qué me hacía sufrir. Por qué. Ésa era mi pregunta. Por qué.

En marzo comenzaron las clases. Él se sentó en una punta del aula y yo en la otra. Tener que verlo todos los días se me hacía insostenible. Teníamos el grupo de amigos en común, eso era aun más incómodo. Cuando pasaba por al lado de ellos lo saludaba. Él nunca se acercaba a saludarme. Luego, Segundo comenzó a juntarse con otros chicos que lo llevaban por mal camino. Dejó de ocuparse de las tareas del colegio y comenzó a faltar muy seguido. Así y todo, coincidíamos en algunos lugares: en las reuniones a la salida del colegio, cumpleaños y fiestas. Cada una de ellas me resultaba un esfuerzo enorme, tener que verlo y que ya no esté conmigo. Que esté con otras chicas o yo me entere que había estado. Igualmente, siempre iba porque siempre tenía la esperanza de que algo pasaría. Siempre. Por todo un año tuve esa esperanza. Y me la pasé esperando algo que no llegaba. Pasó mi fiesta de egresados en la que el se tranzó una chica de otra división que estaba enamoradísima de él hacía muchísimo tiempo. Luego llegó la fiesta de egresados de otra división a la que también todos fuimos. Él estuvo toda la noche con esa chica y yo me reencontré con un chico que me gustaba hacía un montón pero que había visto una sola vez. Nos reencontramos con Gerard, nos besamos y nos pusimos a salir. Un poco lo hice para sobreponerme de lo doloroso que era para mí ver a Segundo con otra chica. También por el hecho de saber que ya lo había esperado todo un año y que nada pasaría y también por despecho, claro.

A la salida de la fiesta lo ví pero por supuesto no le hablé. Yo ya estaba en otra historia. Me sentía bien, mucho mejor. Mis amigas estaban tan o más contentas que yo.

Los días siguientes seguí saliendo con Gerard. Realmente era muy dulce y me sentía bien con él. Ya no quería saber nada con Segundo. Había sucedido tal cual el dicho “Un clavo saca a otro clavo”.

Llegó la navidad. Después de las doce nos reunimos en la casa de Ernesto porque no estaban los viejos. Segundo también había ido. En un momento yo me quedé sola en la cocina y Segundo me vino a hablar. Me dijo que era muy linda; que por favor lo perdonara; que se sentía totalmente arrepentido de lo que me había hecho; que era un boludo y que lo había hecho porque en ese momento estaba en la pavada pero que para él yo era muy linda y que era la chica con la que quería estar. Yo le dije que tenía novio y que no quería saber nada con nadie más. Volví a mi casa muy contenta a mi casa. Realmente no lo podía creer. Era lo que había esperado un año entero. Justo en ese momento me tenía que pasar ¡Justo cuando estaba de novia y bien con otro chico!

Quedamos en que hablaríamos por teléfono. Me llamó a los pocos días para vernos. Mis amigos se enteraron y estaban todos enojados. Mis amigas estaban contentas como yo. Yo en realidad estaba desconcertada. Sabía lo que quería hacer pero no sabía si me iba a salir bien o qué iba a pasar. Tampoco quería engañar a Gerard.

Me llamó y fui a su casa al salir de una reunión en el centro. Lo pasé a buscar yo por su casa porque sino su mamá no lo dejaría salir ya que debía rendir muchas materias en diciembre. Fuimos a un bar a tomar una cerveza. Nos quedamos hasta que cerró el bar. Luego fuimos a un kiosco a comprar cervezas. Tomamos dos más. Terminamos borrachos hablando de nuestras cosas, de nuestra vida, que pensábamos hacer, estudiar, y también de las vacaciones ya que él se iría con todos los chicos a Mar de Ajó.. Él me dijo muchos piropos e intentó darme besos que yo esquivé. Luego me dijo si quería pasar a la casa. Eran como las tres de la mañana. Antes de entrar se me acercó para darme un beso. Yo le dije “No, Segundo, tengo novio”. Pero me lo dio igual y esta vez yo accedí.

Entramos a la casa. La hermana estaba mirando televisión en el comedor diario. Seguimos de largo. Fuimos a su habitación. Ahí me mostró las entradas a recitales, algunas fotos y cosas personales. Nos sentamos sobre la cama. Me dio más besos. Hablamos bastante. Yo estaba enamorada pero no totalmente entregada como hacía un año atrás. Ya sabía que él podía volver a traicionarme. Cuando miré la hora eran las cuatro de la mañana. Le dije que debía irme. Me acompañó hasta la parada del colectivo y regresé a mi casa. Estaba muy feliz. Pensé que podía entregarle una carpeta que contenía montones de poemas y cartas que le había dedicado. Sí. Quería dársela la próxima vez que lo viera. Volvimos a vernos el 31 de diciembre. El mismo día que me reuniría con mi familia para celebrar año nuevo. Ese mismo día había tenido dos despedidas. Una con mis amigas y otra con Gerard. Porque el 1º d enero me iba a Inglaterra a estudiar inglés. Nos encontramos cerca de mi casa y fuimos al parque Centenario. Le di la carpeta pero le dije que leyera todo después, cuando estuviera solo. Ese encuentro no me gustó mucho. Primero porque sentía que lo engañaba todavía más a Gerard porque veía a los dos el mismo día y segundo porque él estaba en muy mal ambiente. Me contó que se había peleado con los padres, que se había ido de la casa. Pasó año nuevo y me fui a Inglaterra. Allá pensé en Segundo y en Gerard los primeros días pero luego de cinco días me olvidé de ellos, de mi familia, de mi país y disfruté muchísimo el viaje con las personas que tenía al lado. Allá había muchas oportunidades para aprovechar. Igual a todos les dije que tenía novio, por Gerard, y si bien tuve propuestas no estuve con ningún chico.

Cuando volví de Inglaterra Segundo me llamó para vernos y porque necesitaba la carpeta de Geografía. Nos volvimos a encontrar cerca de su casa. Fue una salida parecida. Tomamos cerveza, nos emborrachamos y nos dimos algunos besos. Quedamos en hablarnos y me acompañó hasta la parada del colectivo. Los días pasaron y él no me llamó. Finalmente lo llamé yo. El no demostró ningún interés. Me dijo que no podía salir, que no lo dejaban porque tenía que estudiar para rendir las materias de marzo. Yo, enojada, le corté y no lo ví más hasta pasados unos cinco meses. Si bien la mayoría habíamos empezado el CBC o distintas carreras, me lo crucé en algunos cumpleaños o reuniones. Siempre era muy incómodo. Yo con un grupo y él con otro. Yo me enteraba de cosas que me hacían doler, que el salía con una, con otra. Finalmente decidí acabar con todo eso y me puse de novia con el hermano de una amiga. Ahí comenzó mi felicidad. Todo cambió. Por primera vez había conocido a alguien que me valoraba y respetaba por lo que yo era, al que no tenía que estar persiguiendo para vernos ni para que me llamara. A Segundo lo seguía viendo pero realmente ya no era lo mismo. Yo ya tenía mi noviazgo armado y estaba muy conforme con él. Luego de un año me llamó. Dijo que quería verme. Yo le dije que tenía novio que no quería y que me parecía desubicado de su parte hacer eso, después de todo lo que había pasado. El se ofendió y me cortó. Yo me sentía muy confundida. Realmente me había desconcertado que haya aparecido. Hasta me había hecho dudar de mis sentimientos por el novio que yo tenía en ese momento. Al final opté por mi novio y desde ahí en adelante no supe nunca más nada de Segundo.

Año 2009, habían pasado diez años de nuestro egreso del colegio secundario y aproximadamente lo mismo desde la última vez que sabía algo de él. Una mañana estoy chateando con una muy amiga mía, Virginia que me pregunta “¿De dónde lo conocés a Segundo Carranza? Lo ví entre tus amigos del Facebook. Es mi compañero de trabajo desde hace tres años. Yo me quedé paralizada. No podía creerlo. Lo peor era que yo había ido al trabajo de Vir en una oportunidad. Y ahora resultaba ser que era su compañero. Paralelamente unos compañeros de la escuela habían organizado una reunión de reencuentro con los chicos del secundario. Sería dentro de un mes. Segundo ya no me importaba en lo más mínimo. Era aparte del pasado y de esos momentos en los que mi corazón era ablandito y se derretía ante cualquier fueguito. Ahora estaba más fuerte y firme y así se mantendría al verlo luego de tantos años. En realidad me importaba la historia pasada que había tenido con él pero lo vería a él como un compañero más; como alguien bueno pero que ya no significaba nada más que una historia del pasado para mí. Segundo fuiste mi segundo beso, mi segundo noviecito y si bien la historia contigo no duró un segundo creo que ni por un segundo más podría pensar en ti.

Y que la vida es bella


Y que la vida es bella y qué te puedo decir. Que camino como volando por la espuma del piso y que no es agua pero así me deslizo

Y qué no sé lo que te escribo

No sé si aprendí porque no sé si estudié pero desde ayer tengo los ojos llenos de lágrimas pero es de alegría

Como si me hubieras transmitido la sensibilidad que trajiste y me la dejaste aquí dentro y ahora cómo hago para sacármela. Igual, no sé si quiero porque me gusta esta sensación de remolino en el pecho en el que soy sensible como siempre lo soy. Y que la vida es bella, qué te puedo decir, que no tengo motivos para no ser feliz…

El vecino

Lo conoció cuando tenía trece años, paseando al perro. Ella, un cocker negro, él, un golden. Ella vestía el equipo de gimnasia del colegio. Él volvía del parque y ella iba.

Él se le acercó a hablar porque ya sabía su nombre. Hablaron de los perros. Él se despidió con un beso. Ella se quedó paralizada. La situación fue un tanto extraña y él era muy lindo.

A la semana siguiente, cuando ella daba la vuelta manzana con Chuki, el cocker spaniel, él estaba sentado en el umbral de una puerta con todos sus amigos y cuando la vio pasar le dijo “Esperanza, cada día más hermosa”. Ella miró para abajo, se sonrió y caminó más rápido hasta desaparecer a la vuelta de la esquina.

A los pocos días sucedió algo parecido pero al dar la vuelta en la esquina se dio cuenta que él la estaba siguiendo. Se acercó trotando y le dijo “¿Cuándo me vas a aceptar una invitación para salir?” A ella le dio mucha vergüenza, le dijo que más adelante.

Le contó a sus amigas del colegio lo que le había pasado con “su vecino”. Todas quedaron asombradas con la historia. Un mediodía ella iba a su casa a almorzar con una amiga y lo vio esperando un colectivo en la esquina. Empezó a codear a su amiga diciéndole que ése era su famoso vecino. Como ella no lo veía, las señales fueron más evidentes, hasta que al final cuando su amiga lo identificó, él las había visto en esa pose de espías, paradas detrás de un poste de cable visión y les hizo una cara como diciendo “sí, soy yo”. Ellas se empezaron a reír y de la vergüenza, salieron corriendo. Al otro día, Esperanza encontró de nuevo a su vecino, Santiago. Él le dijo “me estaban delirando con tu amiga”. Ella le respondió que sí pero al otro día tuvo que interrogar a sus compañeros de colegio para saber qué significaba “delirando”.

Así pasaron los años. Ellos dos se cruzaban por la calle. Ella lo veía y de la vergüenza, cruzaba. Tironeaba a su perro de la correa y lo arrastraba para retroceder o cruzar la calle. En una oportunidad, se cruzaron por la calle y como los dos estaban paseando al perro, él la invitó a ir al parque. Fueron juntos y se sentaron a charlar en un banco. Ella ya tenía catorce años, él, veinte. Había estudiado veterinaria porque le gustaba mucho el campo y los caballos y se había cambiado a abogacía porque era hijo de un juez. Ella estaba en segundo año del colegio secundario, vivía con su mamá que era administrativa y él, le parecía un poco hueco. Después de esa charla no se vieron más. Pasaron los años y él la siguió saludando y piropeando cada vez que la veía. Ella lo veía a la distancia y se escondía o cambiaba de camino.

Cuando Esperanza tenía diecisiete años y Santiago la cruzó por la calle, él la paró y le pidió el teléfono para invitarla a salir. Ella se lo dio sin ningún tipo de compromiso. Así como se lo dio, se olvidó porque en ese momento le gustaba un compañero de escuela. Un mediodía ella estaba almorzando con una amiga en su casa y él la llamó para invitarla a salir. Ella no sabía qué hacer, presionó el botón de mute y le preguntó a su amiga qué le decía. La verdad es que no tenía ganas de salir con él porque era mucho más grande que ella y además a ella ahora le gustaba Gustavito y tal vez se ponía de novia con Gustavito. Siguió los consejos de su amiga que estaba cocinando las salchichas con puré chef y al sacar el mute le dijo que en realidad ahora “estaba saliendo” con un compañero de colegio y no quería estropearlo todo ya que recién comenzaban a salir. Él respondió un poco ofendido pero la entendió.

Pasaron los años, ella lo vio con chicas y a su vez ella tuvo dos novios con quienes pasó por delante de él con gusto, como si disfrutara su sufrimiento. De más grande, cuando Esperanza paseaba por el parque, varias veces, vio el auto de él un descapotable rojo estacionado en las calles cortadas del parque, y Santiago siempre estaba con alguna mujer.

Por muchos años no se vieron más. Los dos estaban estudiando y trabajando. A lo sumo, Esperanza veía el auto de Santiago estacionado en la entrada de su casa o lo veía pasar en el auto a lo lejos, pero nada más. Siempre con su auto rojo, con o sin techo.

Cuando ella tenía veintiséis años y el treinta y dos se volvieron a encontrar. Estaban distintos, muy distintos. No sólo en el aspecto físico, sino en la forma de ser. Esperanza ya no era tan tímida y era más desenvuelta. Cuando él le preguntó “¿Cuándo vas a salir conmigo?” ella le respondió “Cuando quieras”. Se dieron los celulares y finalmente él la llamó para salir. La pasó a buscar en su auto rojo. Fueron a tomar una cerveza a un bar. Cuando regresaban, en el auto, Santiago le quiso dar un beso pero ella no se lo permitió. Estaba arruinando la hermosa salida que habían tenido, en la que habían compartido anécdotas del pasado, sus vidas presentes, sus planes para el futuro…

Al otro día, él le mandó mensajes de texto y la llamó porque la quería ver otra vez. Le dijo que estaba enamorado de ella. Ella le dijo que era mejor que vayan despacio. Al otro día, Santiago la invitó para ir juntos al campo, ella no quiso. Realmente él quería llevar las cosas demasiado lejos y a Esperanza ya no le estaba gustando. A pesar de ello, la pasó a visitar por la puerta, antes de ir al campo. Le quiso dar otro beso y ella tampoco quiso. En la semana hablaron por teléfono y se dieron cuenta que entre ellos las cosas no funcionarían ya que él quería una cosa y ella otra. Los dos querían cosas muy distintas. No se hablaron ni se vieron más.

Al año siguiente, la mamá de Esperanza le contó que lo vio a él por la calle pero que en cuanto la vio, se dio media vuelta y caminó en la dirección contraria. Llegaron a la deducción que él se sentiría culpable por lo que había sucedido el año pasado, entonces ella lo llamó a la casa pero no lo encontró y le dejó un mensaje en el contestador con su celular para que la llamara. A la semana, Santiago la llamó. Hablaron bastante y él la invitó a su casa. No bien entraron, el le quiso dar un beso, ella se negó pero luego accedió. La verdad es que Esperanza se sintió muy decepcionada. El beso que Santiago le había dado no era lo que ella esperaba. Parecía el beso de alguien ansioso que no sabía disfrutar de los distintos pasos que nos da la vida. Eran los besos de alguien que no le importa nada de vos en ese momento sino lo que podés llegar a darle luego. Algo que Esperanza no quería darle. Ni ahora ni luego. No quería dárselo a cualquiera que no sea su amor para toda la vida y para toda la eternidad. Santiago estaba muy lejos de serlo. Tampoco quería serlo. Santiago no quería mucho más que algo pasajero. Esperanza se dio cuenta, tal vez un poco tarde ya que no tendría que haber ido a su casa porque él no cambiaría de un año al otro. Discutieron en malos términos. Esperanza volvió a su casa ofendida.

Hace unos días lo volvió a cruzar por la calle. Ella iba con su mamá. Esperanza quiso caminar más rápido porque él iba detrás hablando por celular como siempre lo hacía. Su mamá no quiso. Escucharon que dijo “ya voy para allá” y cortó. Entonces, él pasó delante de ellas, por el costado del lado de la calle, ligero, mirando para abajo y sin saludar. Mientras, ellas conversaban como si no lo hubieran visto. Esperanza se sonrió y la miró a su mamá. Cruzaron la calle y mientras Esperanza lo insultaba por lo bajo, llegando a su casa vieron salir de la casa de al lado a Segundo. Iba con el paso pausado y tranquilo y con el bolso de golf a cuestas, iría al club. Algo resonó dentro de Esperanza, quien se dio cuenta que cuando una puerta se cierra, otra se abre.

Redes sociales

Redes sociales

Cuando viajo en el colectivo 92 estoy tranquila porque sé que aunque tarda aproximadamente una hora en llegar a destino, me deja en la esquina del Lenguas Vivas. Justo en frente del “Rulero”, en Libertador y Carlos Pellegrini. Cuando viajo parada es porque el colectivo está tan lleno que sólo puedo alejarme medio metro de la máquina expendedora de boletos. Esa es la peor parte porque toda la gente intenta pasar por aquel embudo humano y yo corro mi bolso con cuadernos y apuntes y por no estorbar al que intenta pasar, golpeo al que está sentado que si es viejo tose y mira con mala cara. Otras veces, el 92 va casi vacío, con asientos para elegir. En esas ocasiones, me siento desplomando todo mi peso sobre el asiento y sin mirar quién está al lado saco entusiasmada un apunte que tengo que leer para la clase siguiente del Lenguas. Me es muy difícil concentrarme, por eso por lo general subrayo con un lápiz, que como en el asiento no puedo apoyar, lo sostengo con la boca. Es difícil concentrarse en el colectivo, muchas de las palabras que voy leyendo se van entremezclando con aquellas de los diálogos de celular de los demás pasajeros que hablan con su jefe, con su mamá, con su novio y quién sabe con quién…

El mejor lugar que te puede tocar en el colectivo es el del asiento del fondo, el de la punta, el que está al lado de la ventanilla. Y si es día soleado, la abro y apoyo el codo en el borde y no paro de mirar el paisaje. El que más me gusta es el de la calle Billinghurst porque me hace acordar a una primavera en la que daba clases particulares por allí. Un viaje me tocó esa ubicación desde el principio hasta el final y a lo largo de todo el trayecto vi a dos ex novios yendo a trabajar. A uno por Villa Crespo y a otro por Barrio Norte. Fue atípico. Pero son esas cosas que pasan en Buenos Aires, donde pensamos que nunca nos vemos pero a la vez todos nos podemos ver con todos con sólo mirar por la ventanilla. Para completar ese tipo de viaje placentero, algunas veces me pongo los auriculares en el celular y escucho la radio los 40 Principales. Escucho las canciones románticas y con el alma llena de alegría canto por dentro cada una. Como si me las dedicaran a mí, o como si se las dedicara yo a alguien. Algunas veces lo hago para evadir el clima del colectivo, las malas caras, las caras de preocupación, las quejas, las conversaciones ajenas que no me interesan…Pero siempre porque me gusta mucho la música.

Cuando dobla en Libertador ya estoy más alerta y leo más rápido o miro la calle con más atención. Es mi radar interno que me dice “Falta poco”. Más alerta cuando pasa el Patio Bullrich: sólo falta una parada. Cruza el puente, me paro y toco el timbre. Me bajo en la esquina y comienzo a caminar por Carlos Pellegrini, paso por el “Rulero”, por ese vértice donde los escalones de la entrada se unen con el borde del jardín del frente. Y subo. Sí, subo por Carlos Pellegrini porque es una calle en subida. Me contó mi papá que allí había un pasaje llamado Seaver que demolieron cuando extendieron la Av. 9 de Julio, el más parisino de Buenos Aires, que terminaba en un “cul de sac”, donde vivía y frecuentaba gran parte de la bohemia porteña sobre todo los del Di Tella. Trato de imaginármelo y pienso en París y me emociona pensar que algún día voy a volver y me voy a quedar mucho tiempo. Paso por el quiosco de diarios donde siempre miro de refilón los libros viejos que tiene y que nunca me interesan. Me llama la atención el dibujo pintado que tiene de Ferro en una de las chapas del quiosco. Sigo caminando, miro los árboles alineados que están en el borde de la calle. Que hace un año noté que tienen tallada una cruz cada uno. Como si estuviera haciendo un vía crucis o algo así. Paso por una serie de casas antiguas a las que no les presto mucha atención. Solo a una escalerita que va hacia abajo y me pregunto hacia dónde irá pero nunca me detengo a aclarar mi duda. Por un edificio imponente con balcones de granito, rodeado por un jardín y enredaderas y sueño con que estoy en Italia, hasta que al final subo algunos escaloncitos, cruzo la gente que fuma afuera y entro al Lenguas.

Mentiras verdaderas

Mentiras verdaderas

“Te olvidaste la campera en mi casa”, me dijo no bien levanté el tubo. Claro, había visto mi número en el detector de llamados. Lo peor es que yo no me había dado cuenta y ante mi silencio dijo “Menos mal que la vi. No bien te fuiste, la colgué en un placard, sino con la cantidad de gente que vino…sabés donde podía llegar a terminar tu campera…en Villa Cañás!

“Ah, sí, por eso te llamaba, mentí”.

Mariela era mi compañera de Facultad. Estudiábamos juntos Historia del Arte en la Universidad Estrella Federal, una privada de Buenos Aires.

“¿Dónde la dejé? Vos sabés que estaba tan linda la noche que…Bueno, en realidad sabía que me la iba a olvidar, son esas cosas que …Me dí cuenta. Sí, si, me di cuenta. Pero cuando había arrancado el auto. Claro, ya habíamos pasado la barrera de Libertador y con las manos en el volante le dije a los chicos: “¡Me olvidé la campera en lo de Mariela! Pero como sé que sos buena mina…

Estos hombres son todos iguales… ¡¿Cómo te podés olvidar una campera de jean Levi’s 501 modelo 2008 temporada verano que debe salir un poco menos de $600?!

“Sí, si, en la silla de terciopelo”

¿La verde o la bordó? Porque yo me acuerdo que había sillas de terciopelo. Si con Patricio comentábamos que nos gustaría poner unas así en el estudio”.

Claro, cómo no se va a acordar si en la bordó estaba sentada la rubia que se chamulló toda la noche y en la verde la morocha que miraba de reojo cuando la rubia se distraía.

“Sí, si al lado de la mesita que tenía las velas turquesas aromáticas y el florero con los jazmines chinos”.

Esta pretende que yo me acuerde de los aromas con el pedo que tenía después de cuatro Destornillador…

“Ah, si. Vos sabés que justamente reparé en las velas aromáticas porque son las mismas que compra mi vieja y los jazmines…mi abuela ama los jazmines…es más, en su jardín tiene tres tipos distintos de esos jazmines, son los que dibujé para el trabajo práctico, te acordás?

¡¿De qué trabajo práctico me habla si al final ese lo terminé haciendo yo sola y encima tuve que poner el nombre de él y el de su amiguito Patricio?!

“Ah, mirá vos. Sí, si justo debajo de la bola de espejos enfrente de la mesa donde servían los helados”.

Sí, esos que a mí nunca me tocaron. Se abalanzaron todos cual muestra gratis de supermercado de domingo y cuando me tocó el turno quedaba nada más que frutilla al agua y pistachio. No, gracias, le dije.

“Ah, si. Qué rico que estaba el helado, Marie! La verdad es que alta fiesta te organizaste! Te pasaste, querida!”

“Gracias, gracias, me alegro que les haya gustado”.

¡Si supieras todos los vericuetos que tuvimos que hacer con las chicas para que te enteraras. Porque encima te hacés el bohemio y no tenés Facebook! Y para que vinieras… Ese Patricio es vago pero para esto se portó bien.

“Bueno, Marie…”

A todo esto ya me olvidé para qué la había llamado. Ah, para pedirle que el lunes me lleve los resúmenes de Barroco que es el último tema que entra para el parcial”.

“¿Entonces, me la llevás el lunes?”

“¿A la campera? Sí, si, obvio”.

“¡Mil gracias, señora!”

“De nada, Fran, nos vemos”.

“Nos vemos, Marie”.

“¡Beso! ¡Chau! ”

Hoy me levanté tarde

Hoy me levanté tarde. Practicamente me tiré de la cama. Llegaba tarde. Eran las diez y media. Precisamente a la hora que tenía que estar dando mi clase de Literatura Hispanoamericana a los alumnos de primer año del traductorado de inglés del Lenguas Vivas.

Desde que me mudé a Belgrano tomo el subte hasta Pueyrredón para allí tomarme el 61 que me deja en la esquina del establecimiento. Justo cuando estaba por cruzar Pueyrredón te vi. Vos también me viste. En cosa de segundos yo miré para abajo no confiando en mi poca vista y pensando que me había confundido. Es que estabas demasiado hermoso para ser vos. Hacía mucho que no te veía. Más de un año. Vos también miraste para otro lado pero en ese momento me di cuenta que sí eras y te busqué la mirada para saludarte. Los dos sonreimos con picardía y vergüenza como si hubiéramos hecho algo malo. Yo me acerqué con la serenidad que impongo en esas situaciones en las que por dentro mi corazón parece un redoblante. Es como si lo sujetara y le dijera “quedate quieto” y al mismo tiempo te miré a la cara y te dije “¿Cómo andás, Dante?”. Vos ya habías terminado el master y el doctorado. Yo recien empezaba el master. Me dijiste que te estabas yendo al trabajo. Ese por el cual dejaste al que yo todavía sigo. Yo te comenté hacia donde iba aunque en realidad no me interesaba hablar de mí sino que me contaras de vos. Te pregunté si tu trabajo era por allí, por dónde estábamos. Me dijiste “No, yo vivo por acá”. Haciéndome la tonta y mientras miraba alrededor te dije “ah si, me parecía”. Lo sabía perfectamente. En Santa Fé y Pueyrredón. También te pregunté algo que ya sabía: “¿Dónde trabajás?” “Frente a Plaza de Mayo”. También lo sabía. Esa es otra cosa tonta que hago cuando quiero saber de alguien que me interesa: pregunto lo que ya sé. Y encima hago comentarios vacíos como “Ah, en el centro”. Un comentario totalmente sin contenido. Todo el mundo sabe que la Plaza de Mayo queda en el centro. “Sí”, me respondiste y mientras mirabas tu reloj pulcera de gran tamaño y malla platino estilo Rolex me dijiste y estoy llegando…” Completé la frase en ánimo comprensivo y con la intención de hacerte sentir bien “Justo”. “Sí”, dijiste de nuevo mientras bajabas el brazo y dejabas que la manga de la camisa rallada y la del saco ocultaran nuevamente tu reloj. En ese ademán brilló en la luz de la media mañana un anillo de oro en tu dedo anular. Ese mismo anillo que años atrás había roto mi corazón en mil pedacitos. Ese anillo que te regaló tu novia a modo de compromiso. Ese anillo que me recordó que seguís de novio, comprometido y que no era cierto aquello que se rumoreaba en la oficina. Ese anillo que hoy me marca un punto final.Punto.

Pero que me recuerda que la semana pasada soñé con vos. Que me abarazabas bien fuerte y que con ese abrazo me transmitías mucho cariño.

Al despedirte me dijiste “Lucy”, ese apodo que nunca me gustó pero que nunca te lo dije. Y me abrazaste tal cual el sueño con cariño. Ese abrazo tuyo me transmitó mucha protección y afecto. Le dio un toque de sol a esa mañana nublada y con llovizna y me recordó que cuando menos lo esperamos recibimos ese gesto, ese abrazo que nos saca una sonrisa.

Jere

Jere

Pero si lo escribo voy a escarvar mucho en el corazón y todo ese dolor que tengo comprimido me va a doler más…

Sí, puede ser que enfrentarme con la hoja en blanco me obligue a enfrentarme a mí misma, a mis sentimientos. No me cuesta expresarlos, están sueltos por ahí. A veces desearía tenerlos más atados. Pero son muchos. Algunos son estúpidos, sin sentido, no saben de la razón. Pero lo hago ―esto de escribir― lo hago porque él sufrió más que yo y lo quiero curar. Le llenaría de curitas el corazón hasta cubrir todas sus heridas. Hasta que pase un tiempo y ya no sean curitas, ya no. Y sean carne de su carne. Y su corazón esté totalmente renovado. Y en cada latido sea feliz. Porque se lo merece. Porque hace felices a todos pero aún conserva ese dolor allí dentro. Y no me preguntes por qué lo quiero. Por qué lo quiero ayudar. Por qué lo quiero curar. Será porque también sé lo que es el dolor. El dolor es algo que no esperás y que nunca deseás que aparezca. Pero aparece o tal vez apareció y ya se fue. Es el dolor el que te hace más humano, te acerca a los demás, te agranda el corazón. Te hace saber lo que el otro necesita, cómo, cuándo, por qué.

Mi amigo se llamaba Jeremías. Los amigos le decíamos “Jere”. Jere era el más generoso de mis amigos, nos invitaba a todos a su casa, nos servía cerveza, gaseosa, empanadas, pizza, lo que tuviera. Nos llevaba a todos a bailar en su auto y después nos alcanzaba a cada uno a nuestras casas. Estaba siempre pendiente de que todos estuviéramos bien. A veces se enojaba, porque tenía su carácter, pero en general era un tipo tranquilo. Más bueno que el pan.

Cierro los ojos y se me caen las lágrimas. Y cuando lloro, los ojos se me vuelven turqueza. No puedo creer lo que estoy contando.

Desde el día que lo conocí supe que su mamá había fallecido cuando él tenía once años. No supe qué decirle. Son esos momentos en los que uno no sabe qué decir. Me hubiera encantado abrazarlo bien fuerte y no soltarlo más, pero a veces los adultos dominamos nuestros impulsos, sobre todo los afectivos, los que “quedan mal”. Como yo siempre fui muy creyente y quise y quiero mucho a Dios, un día Jere me dijo “Yo no creo en todas esas cosas que vos creés”. Y claro, Jere estaba enojado con Dios. Él no podía entender cómo había permitido que su mamá se fuera y lo dejara acá a él y a sus hermanas.

Te juro que tenía miles de respuestas para su comentario pero no me quise meter con el dolor de su corazón, con su mamá y con su propia historia. Me hubiera encantado decirle que yo a veces también me enojo con Dios porque las cosas no salen como yo quiero, pero claro, al lado de lo que a él le pasó, lo mío es insignificante. Pero también me hubiera gustado decirle que Dios siempre permite lo que es mejor para nuestras vidas, que tal vez en el momento no lo entendemos y sufrimos muchísimo pero con el tiempo nos damos cuenta que era lo mejor. También que puede haber sido para que su mamá no sufra más por su enfermedad y para que ellos no la vean sufrir. Pero que no se enoje con su mamá ni tampoco con Dios. Que ella no los dejó. Que él la iba a volver a ver. Que ella estaba en el cielo esperándolo. Y que él un día la iba a volver a ver. Que no olvide que todos tenemos una madre que nos cuida día y noche, que es la Virgen, la misma madre que tiene Dios. Pero que mientras tanto, mientras él esté acá, él tendría que vivir lo mejor posible y ser feliz de verdad. Porque eso es lo que a ella la haría feliz. Ver a su hijo feliz. Y los que son felices en la tierra son los que merecen el cielo ¿Y Dios? Dios estaría también muy feliz porque es lo que más quiere, que sus hijos sean felices. Porque nos quiere más que todas las madres del mundo quieren a sus hijos. Y nos está viendo siempre y sabe lo que nos pasa y le importa y mucho.

A los pocos días Jere desapareció. No lo vimos más. Algunos vecinos dijeron que lo vieron salir del pueblo a la madrugada rumbo a la ciudad.

Cuando me enteré lloré mucho. Es por eso que decidí escribirle esto. Para que entendiera y para que sepa todo lo que lo quise curar.

Tal vez Jere vuelva y de tenerlo aquí frente a mí, luego de pegarle todas las curitas, le cantaría canciones, lo abrazaría bien fuerte; nadaría los mares del planeta sólo para que una brisa le acariciara la cara y lo haga sonreir. Recorrería todos los caminos para cumplirle un deseo y plantaría un árbol eterno que enriede su alma y la mía para que me conozca, para que lo conozca y para hacerlo muy feliz.